14 de abril de 2011

APUNTES



LOS PARTIDOS  

Que poco probable parece ser inducir algún cambio de opinión valiéndose de la palabra escrita. Sobre todo en materia política, donde es habitual que los argumentos se cambien y manipulen de acuerdo a las conveniencias circunstanciales, sin el menor escrúpulo ni intento de justificación, como si la gente fuera amnésica o tan maleable que no fuera necesario hacerlo.

Emplear solo los elementos favorables para defender una posición, ignorando los argumentos de quienes se oponen a ella, es seguramente una característica habitual de la condición humana; pero la manera tajante y la pasmosa suficiencia con la que los opositores políticos esgrimen argumentos que son totalmente antagónicos sobre un mismo asunto en discusión, forzosamente provoca escepticismo y avala la sospecha sobre la falsedad de sus discursos.


Por la forma en que se desenvuelven los partidos políticos en nuestro medio, conjeturamos que quienes se incorporan a ellos  tarde o  temprano se deben ver enfrentados a que el altruismo y la vocación de servicio son solo enunciados vacíos, y que lo que realmente importa es aumentar las chances de triunfo, fin para el cual todos los medios pueden justificarse. Algunos abandonarán la carrera desencantados y otros aceptarán las reglas; probablemente aquellos que logren manejarse con mas habilidad en el juego de intrigas internas y puedan ser mas carismáticos para el público terminarán encabezando las listas.

Este, desgraciadamente, parece ser el modus operandi del que se han imbuido todos los partidos tradicionales y que también traen consigo los nuevos partidos que surgen, en su condición de desprendimientos o mutaciones de aquellos.

Sin embargo, quizás aún peor que esta traición al fundamento mismo de su razón de ser  -procurar el bien común sobre cualquier otro objetivo-, sea, que al repetirse una y otra vez la misma situación acabemos por considerarla inexorable, una suerte de castigo divino del cual no podemos sustraernos, y, que nuestra patética opción sea abstenernos de votar o hacerlo por quienes, subjetivamente, nos parezcan menos dañinos.

No imaginamos otra posibilidad para salir de esta recurrencia nociva, que la de impulsar la creación de un nuevo partido, con las características que ya planteamos en el primer escrito:

"Pugnar por la creación de un partido político nuevo, que sea conformado por personas que no tengan ninguna vinculación con los partidos vigentes y que estén realmente comprometidas a trabajar por el bien común, para lo cual se necesitan, básicamente, solo dos condiciones: honestidad e inteligencia. Un partido que no constituya un desprendimiento o adopte sin debatir la ideología de ningún movimiento anterior, que rechace cualquier tipo de fundamentalismo político y que sea capaz de reconocer y corregir los errores que cometa. "


Que llegue a materializarse y tener un consenso importante parece un objetivo casi utópico; pero no menos utópico es esperar un giro espontáneo en el comportamiento de los actuales partidos.


VIOLENCIA

El crecimiento de las actitudes de violencia en la sociedad, en los últimos años, es una realidad lamentablemtente innegable y pareciera ser una tendencia irreversible o casi imposible de modificar. No se trata de un fenómeno casual, y si se lo analiza con un mínimo de lucidez se concluye que su génesis radica en  la desigualdad cada vez mayor que impera en el mundo. Negar esta razón, es pretender que la multitud de seres que crecen en condiciones infrahumanas: hacinados en alguna de las villas precarias que proliferan sin cesar o viviendo en la calle, mal alimentados, víctimas propicias de los traficantes de drogas baratas, en un ambiente cruel, carentes de afecto y de esperanza, con ínfimas posibilidades de acceder a una educación adecuada, y en consecuencia a un mercado de trabajo que se reduce inexorablemente y no cesa de aumentar sus exigencias; acepten resignada y estoicamente su marginación sin manifestar resentimiento por ello. Si tal como creemos, el crecimientos de la violencia tiene relación directa con el aumento de la marginación, la represión, por sí sóla, mal puede modificar esta situación, pues no va más allá de actuar sobre los efectos, y no sobre las causas; cabiéndole la culpabilidad fundamental al Estado, al permitir, por acción u omisión, que esas condiciones se extiendan, cuando tiene las herramientas y la obligación fundamental de volcar sus mayores esfuerzos para ir reduciendo tal situación de injusto desequilibrio social. Como ejercicio de conciencia, es bueno tener presente que el hecho de nacer en un ambiente adecuado o en situación de marginalidad es sólo una cuestión de azar.

Paralelamente, es vital eliminar la tenencia de armas en la población civil, extremando todas las limitaciones que haya al respecto, con una estrategia de controles policiales asiduos y coherentes en la vía pública. Si esos controles son eficientes, harán más difícil portar un arma sin ser aprehendido y encarcelado, y con un agravamientos sustancial de la pena en caso de reincidencia. La posesión de armas en mano de los particulares es impropio de una sociedad civilizada, y aunque su reducción sea sólo un paliativo que no actúa sobre los factores que generan los delitos, al menos podrá contribuir a que disminuyan sus consecuencias más trágicas. También la portación de armas blancas o manifiestamente contundentes debería considerarse como delito y  penalizada en un grado proporcional. 

Percibimos también otro género de violencia; una violencia casi inclasificable, difícil de entender, que quizás cupiera atribuir a una inducción reiterada de actitudes nocivas, capaces de hacer aflorar los impulsos más oscuros de la naturaleza humana. Si un niño maltratado se transforma más tarde en un padre que maltrata o en un cónyuge violento, significa que ha asumido el maltrato que padeció como algo natural; y esta espantosa continuidad no está relacionada específicamente con el nivel cultural o económico del entorno familiar. Suceden entonces algunos hechos atroces, incomprensibles, ante los cuales uno se pregunta atónito que fue lo que hizo esa persona en su vida, antes de cometer tal aberracón. Y lamentablemente, debemos de asumir que posiblemente existe un cierto grado de crueldad que es inherente a la condición humana. Un ejemplo de ello, es tal vez la propensión que suelen mostrar los niños por dañar insectos o pequeños animales que estén a su alcance; y si esas actitudes, en lugar de ser corregidas de inmediato, son toleradas o incluso festejadas, es seguramente una de las maneras de ir forjando una personalidad violenta para el futuro. He aquí porque queremos bregar y hacer hincapié en la importancia fundamental de incorporar contenidos humanistas en los programas educativos, que en todos los niveles inculquen la solidaridad, la preocupación por quienes padecen y la necesidad de encaminarnos a una sociedad sin injusticias.

A su vez, no puede haber ningún grado de permisividad ante las actitudes violentas o la incitación a las mismas y se las debe sancionar con toda la severidad que contemplen las leyes. La brutalidad en los estadios de fútbol; las peleas feroces a las salidas de los boliches; la incitación a los jóvenes al consumo de alcohol, e incluso la morbosidad con que los noticieros de televisión suelen explayarse largamente sobre crímenes aberrantes, son apenas algunos ejemplos de esa deprimente exacerbación que aflige a la sociedad y a la cual hay que oponerse con todos los medios.

INFAMIA

El narcotráfico constituye, a nuestro juicio, no sólo uno de los crímenes más viles e imperdonables que se cometen, sino también uno de los factores fundamentales de descomposición moral, articulado sobre su capacidad de comprar voluntades mediante el soborno y de proveer enormes sumas de dinero para promover negocios o empresas, que por su propio origen, forzosamente deben ser sospechadas. Con respecto a la malignidad del delito, resulta difícil encontrar acción más monstruoso que la de lucrar con la degradación de sus semejantes, provocando a su vez la terrible aflicción de las familias de las víctimas. Para evidenciar sus consecuencias deletéreas para la sociedad, basta con observar lo que sucede en los países en los cuales esta actividad infame está más extendida. La lucha, pues, contra el narcotráfico es una prioridad vital que debe plantearse a partir de acciones múltiples. Como medida básica, es necesario agravar las penas para estos delitos, contemplando la prisión perpetua para los cabecillas, sin posibilidad de solicitar la libertad condicional antes de 30 años, y aumentando en forma contundente el tiempo de reclusión para cómplices y partícipes.

 A priori, se puede conjeturar que no debe resultar difícil identificar a los vendedores, eslabones finales de la cadena, pues por fuerza están expuestos cada vez que le venden  droga a un consumidor;  y en esto, también los vecinos o cualquier observador circunstancial pueden convertirse en herramientas invalorables, si se establece un canal de comunicación eficaz con las fuerzas policiales, habilitando por ejemplo una línea telefónica especial y una dirección en la web para recibir denuncias. A partir de la localización de un vendedor, una labor de seguimiento e inteligencia adecuada debe permitir ubicar y apresar a componentes superiores de la red delictiva, y si el agravamiento de las penas se concreta, existirán más posibilidades de obtener información que permita aprehender a los cabecillas de las organizaciones, a cambio de reducir la condena de los informantes.

Las campañas de información y concienciación sobre el flagelo de la droga deben ser permanentes. Más allá del público adulto, resulta incomprensible que no se impartan, al menos en los colegios primario y secundarios, clases periódicas dedicadas exclusivamente a explicar a los niños y adolescentes, del modo más acorde con su edad, el daño terrible que éstas entrañan. Es tal vez, uno de los ejemplos más notorios de como se desaprovecha, en tantos aspectos, la oportunidad de ejercer una influencia valiosa sobre mentes y espíritus que en esa etapa de su desarrollo son tan receptivos.

Para asistir a las personas adictas se debería contar con la cantidad necesaria de centros públicos, provistos de óptimos especialistas y medios para brindar la mejor ayuda que sea posible.

Cabe por último, considerar que estas redes criminales no podrían  establecerse y prosperar como lo hacen, de no mediar algún nivel de connivencia y complicidad con quienes deben precisamente combatirlas. Desbaratarlas, implica también obtener la información necesaria en las investigaciones, para poner al descubierto a aquellos funcionarios que las hayan favorecido, y condenarlos con todos los agravantes que les cupiere por la función investida.

La alternativa de despenalizar el consumo, que las personas adictas puedan registrarse, ser proveídas por el Estado y aceptar planes de tratamiento, es una opción que debería ser analizada exhaustivamente, como un medio con posibilidades para asfixiar el negocio del narcotráfico. Se trataría, sin duda, de apelar a una medida radical, con resultados y consecuencias muy difíciles de prever; quizás la realización de una prueba a escala reducida, con un grupo de personas adictas que se presten al ensayo, proporcionaría información valiosa para evaluar los posibles beneficios o perjuicios que derivarían de su implementación. 

Llegó al blog un comentario con una interesante propuesta: incorporar a familiares de adictos en la investigación de los delitos de narcotráfico. El mentor de la propuesta supone bien, que parece casi  imposible que se pueda seducir a las personas que sufren o sufrieron la terrible aflicción de ver el padecimiento de sus seres queridos, impulsándolas a desviarse de su cometido. Podrían desempeñar una tarea inmejorable, si en un departamento creado a tales fines se les encargara de recibir y analizar las denuncias, considerar su verosimilitud, recomendar 
en base a ello el orden de los procedimientos y auditar la realización y resultados de los mismos.




TRABAJO Y POBLACIÓN

La extraordinaria aceleración de los adelantos tecnológicos que se viene produciendo en los últimos años, es un factor de cambios radicales en la situación del empleo, ya que inexorablemente provoca una creciente reducción de puestos de trabajo, agravada a su vez por la mayor necesidad   de ellos que genera el crecimiento vegetativo de la población. En la medida que los puestos de trabajo continúen disminuyendo, el panorama futuro puede ser calamitoso; sin embargo, cuando se habla de desempleo, se lo sigue considerando como una circunstancia coyuntural, atribuible a las incorrectas políticas económicas desarrolladas por el país que lo padece, y por consiguiente posible de revertir. Sostenemos, en cambio, que son los avances de una crisis que será inercialmente inevitable, y nos parece esto tan obvio y de implicancias tan graves, que nos resulta extraño que sea una cuestión no asumida y que no pareciera haberse encarado hasta ahora un análisis riguroso y a nivel mundial, de como enfrentarla.

La posibilidad de trabajar es un derecho inalienable del ser humano; cualquier persona que no consigue emplearse o que haya sido despedidad de su trabajo, sabe de la profunda angustia que crece en ella a medida que transcurren los días y de la sensación absolutamente justificada de marginación que se experimenta. Si imaginamos un escenario futuro con un elevadísimo porcentaje de desocupados, sin mínimas esperanzas de lograr empleo y la convulsión social que entonces devendrá, vemos la urgencia de encontrar alternativas viables que impidan llegar a tal situación.

Puestos a tratar de analizar los numerosos factores que se relacionan con esta cuestión, intuimos que llegaríamos a conclusiones seguramente controversiales, pues básicamente creemos que el obstáculo primordial tiene su origen, de una u otra forma, en el ya aludido incremente ilimitado de la población, la mala distribución y el despilfarro de los recursos.

Las estadísticas indican que aproximadamente el 20% de la población mundial se distribuye el 80% del dinero, y, a la inversa, el 80% restante recibe sólo el 20%. Alrededor de la mitad de la humanidad se debate entre la pobreza y la pobreza extrema o indigencia. La tendencia a la concentración de la riqueza hace que las empresas de gran capacidad financiera crezcan mediante fusiones o adquisición de otras, se ramifiquen en diversas áreas y vayan monopolizando el mercado. Es innegable que el fin de los grandes grupos económicos es acrecentar al máximo sus ganancias, pero la cuestión de como sus acciones afectan la situación de las personas, más allá de su rol de potenciales consumidores, pareciera no estar dentro de sus preocupaciones.  Y he aquí el gran contrasentido, una estrechez de miras que las enfoca a lograr la mayor rentabilidad en el menor tiempo, apelando inclusive a mudar su producción a terceros países, donde exista la posibilidad de obtener mano de obra más barata, en desmedro del empleo en su propio país, sin considerar que ese rumbo irá estrangulando paulatinamente la capacidad de los consumidores. No tenemos dudas, por otra parte, de que estas poderosas multinacionales ejercen secretas presiones en los países donde actúan para obtener las medidas que las favorezcan.

El despilfarro de los recursos tiene dos vertientes opuestas: las características de ex profeso efímeras de los bienes que se fabrican, o el costo desmesurado que se requiere para producir otros, ultra sofisticados, con profusión de lujo y aditamentos innecesarios para su función. Es notorio que la mayoría de los productos que se elaboran en la actualidad tienen una vida útil mucho más limitada de los que se producían atiguamente, por la inferior calidad de los materiales que se emplean, la no provisión de repuestos y el cambio de normas. La estrategia consiste en que el consumidor deba reemplazar lo antes posible el producto y el ritmo de producción no decaiga, para lo que también se recurre a un bombardeo publicitario que induzca al público a cambiar el artículo que aún utilizan por otro de un modelo más nuevo, el cual, probablemente, ya estaba en los planos y con fecha de lanzamiento programada cuando el anterior era puesto a la venta.

Aún si fuera posible que la totalidad de los materiales empleados en los productos que se reemplazan pudiera reciclarse, en lugar de convertirse en deshechos que pasan a agravar la polución del planeta, ese reciclado obliga igualmente a un gasto adicional de energía.

Se plantea así una disyuntiva crucial: si se intenta disminuir el consumo, se reduce el gasto pero se requiere emplear menos mano de obra al bajar la producción. Sin embargo, esta relación no ha sido tan lineal. Por un lado, como mencionamos al comienzo, el imparable avance tecnológico hace que cada vez se necesiten menos trabajadores. También, en un período de relativa bonanza y tal como era razonable, ya que las innovaciones deberían redundar en condiciones menos esforzadas para ellos, se estableció en algunos países la reducción de los horarios laborales. Pero aprovechándose de la creciente dificultad para conseguir empleo y de la posibilidad de reducir costos, se han generado al mismo tiempo condiciones propicias para la posible explotación de las personas contratadas: menores sueldos, mayores exigencias, extensión de horarios, no pago de horas extraordinarias, etc. Obsérvese, a nivel local, que se aprobó - y en una votación sospechada de irregularidades - una ley de "flexibilidad laboral" que eliminó de un plumazo mejoras en las condiciones de trabajo, que habían demandado décadas de reclamos para ser incorporadas.

El aumento de la población mundial representa, a nuestro parecer, otra carga insostenible para el futuro. Con el ritmo de crecimiento actual, se calcula que se pasará de los 7.500 millones de habitante alcanzados a fines del 2011, a 8.500 en el año 2050, y se llegaría a los 10.000 millones a fines de siglo. Aún dejando de lado los ominosos pronósticos sobre cambios climáticos y  calamidades que se ciernen sobre el planeta, como consecuencia de la exagerada actividad humana - que parecen estar avalados, por ejemplo, por señales tan preocupantes como el alarmante retroceso de las masas de hielo permanentes -, resulta inimaginable que se puedan obtener los recursos necesarios para sustentar adecuadamente a tantas personas. Por duro y odioso que parezca, creemos que debería discutirse cuanto antes un acuerdo mundial para limitar el número de hijos permitidos por cada pareja, para que el nivel de población no siga creciendo.

Cambiar el orden económico establecido parece una propuesta casi inalcanzable;  sin embargo tal vez la paz mundial dependa de lograrlo. La actividad mercantil tiene que propender a una situación de mayor equilibrio entre la rentabilidad y el sostenimiento de la capacidad de la sociedad en general para cubrir sus necesidades. Una alternativa para generar mayor ocupación y al mismo tiempo descomprimir las grandes concentraciones urbanas, sería favorecer la creación de colonias agrícolas que resulten sustentables para un número importante de pobladores, con uso de energías limpias y las condiciones menos arduas que ofrecen las nuevas tecnologías. Pero nos cruza por la imaginación, que el andamiaje sólido para una sociedad mas justa y alejada de conflictos, sería poder alcanzar un acuerdo general para introducir en los actuales modelos económicos, cambios tales que permitieran que cada puesto de trabajo se dividiera entre dos personas, ya sea implementando sendos turnos diarios de menos horas o alternando los días de concurrencia, sin resultar deficitarios. Creemos que no es una idea descabellada y que si ese objetivo se planteara en forma mancomunada y decididamente, considerando los beneficios radicales que reportaría, al permitir una ocupación plena, sería en algun momento posible de lograr. Analizándolo desde una perspectiva histórica, podría considerárselo como una etapa lógica del proceso evolutivo del trabajo,  transcurrido ya casi tres siglos desde las penosas condiciones laborales imperantes en los albores de la revolución industrial , que le permitiría al hombre disponer de más tiempo para el esparcimiento y la creación.



FUERZAS DE ORDEN

La fragilidad de las relaciones mundiales ante la creciente inequidad y la persistencia de demenciales conflictos territoriales, étnicos o religiosos en pleno siglo XXI, patentiza la necesidad impostergable de oponerse a todo factor que contribuya a este estado de cosas. La existencia de las fuerzas armadas en función de expectativas bélicas con otras naciones debería ser replanteadada.  No sólo es exorbitante e inmoral el gasto mundial en armamentos, sino que el irracional arsenal de armas nucleares acumulado pone a la humanidad al borde del abismo, pues más allá de su eventual empleo en una guerra, siempre está latente la posibilidad de que se produzcan fallas humanas, accidentes, o que (sólo en los últimos tiempos parecen mostrar preocupación por algo que hace mucho resultó obvio) alguna organización extremista pueda acceder a ellas. Los actos de barbarie inaudita que se han cometido a lo largo de la historia, son sobrados motivos para sentir temor y evidencia palmaria de la intrínseca inmoralidad y estupìdez que existe en la investigación, desarrollo y acumulación de armas de destrucción masiva.

Lo que proponemos es considerar la reconversión de nuestras actuales fuerzas armadas, despojándolas de las expectativas de guerra contra otras naciones, para plasmar una fuerza de seguridad interior, cuantitativamente menor, pero de aptitud superlativa. Quienes la integrasen, continuarían recibiendo adiestramiento básico en las tradicionales ramas terrestres, navales o aéreas, pero conjuntamente se les impartiría instrucción máxima para desempeñarse como fuerzas de policía, gendarmería o prefectura, y  enfrentar eficientemente a la creciente violencia urbana.

La condición excluyente que debería observarse con respecto a los integrantes de esta fuerza, además de una instruccón exhaustiva, es la de que superasen los más complejos exámenes sicológicos, para tener un máximo razonable de seguridad de que cuenten con el equilibrio necesario para portar armas y custodiar delincuentes. Sumándose a estos recaudos, una sección de Asuntos Internos capaz de actuar  con total independencia y rigurosidad. En todo momento, la  retribución de los agentes de orden debería ser excelente, acorde a la difícil y riesgosa tarea a desempeñar. 

Tras esta propuesta, que tiene la pretensión de mejorar substancialmente la seguridad interior, subyacen algunas rexlexiones que probablemente irritarán a muchos, y que versan
sobre el cometido de la profesión militar. Analizándola de manera objetiva, absorbe a un gran número  de personas laboralmente activas, alistándolas para acontecimientos que, afortunadamente, es por demás improbable que se produzcan; y a su vez equipar con armamento que habrá que renovar periódicamente ,  pues se volverá obsoleto sin ser empleado. 

No es esta una idea original: Costa Rica, por caso, un país pequeño pero ubicado en una región históricamente conflictiva como centroamérica, decidió suprimir el ejército en 1948; respaldándose en la seguridad de acuerdos como el Pacto de Bogotá o los que confiere la ONU.

Así, con parte de los importantes recursos que se ahorrarían al pescindir del ejército, se podría equipar a estas fuerzas de seguridad interior con el mejor equipamiento y dotarlos de remuneraciones acordes a su tarea.

Sin duda, la realización de un plebiscito constituiría la mejor herramienta  para conocer la opinión mayoritaria de los ciudadanos sobre una propuesta como la aquí planteamos.

 

VILLAS MISERIA

Las villas miseria, en continua expansión, son la señal más extrema e inequívoca de las malas políticas, y, sin lugar a dudas, uno de los principales reservorios de violencia, incrementada aún más en los últimos tiempos por el auge infame del narcotráfico. Son tan diversos y tan profundos los males que alimentan su existencia, que parece una cuestión imposible de resolver; pero mientras sigan existiendo será absurdo afirmar que la sociedad que las alberga progresa. Es evidente, aún prescindiendo de los aspectos humanitarios y ateniéndose sólo a un elemental instinto de conservación, que su existencia imposibilita cualquier esperanza de paz social.

Si se asume que su eliminación es una cuestión vital y prioritaria, resulta claro que el Estado debe proceder con el máximo de austeridad en la administración de los recursos que recauda, evitando toda clase de gastos superfluos, y dando el mejor destino a los que derive a procurar su erradicación.

Tratándose de un problema tan agudo y complejo, si se pretende contar con perspectivas de éxito, es imprescindible elaborar planes que contemplen cada uno los factores que lo componen. Por su magnitud es irreal pensar en proyectos faraónicos, apuntando en cambio a producir cambios paulatinos y que tengan visos de factibilidad; analizar los resultados y hacer las modificaciones que resulten necesarias. Si se  elabora un proyecto integral y sostenible, creemos que contaría con un apoyo casi unánime de la gente, habría  disposición a colaborar y, seguramente se incorporaría una cantidad importante de voluntarios para trabajar ad-honorem, al existir el respaldo del Estado.

Se nos ocurren las siguientes acciones para tratar de la manera más integral posible los problemas principales: 1) Establecer en las villas, comenzando por las de mayor dimensión, centros que cuenten con asistentes sociales y personal policial en forma permanente.  2) Organizar comedores que puedan brindar al menos una comida diaria a los pobladores que lo necesiten. 3) Instalar un baño público, con sanitarios, duchas y piletas para lavar, con prestación acorde al número de pobladores. 4) Asegurar que todos los niños concurran al colegio y fomentar cursos de instrucción para adultos en aulas ad-hoc, construidas en la misma villa. 5) Organizar guarderías para los niños de los padres que tengan trabajo. Seguramente parezcan propuestas demasiado ambiciosas, onerosas y difíciles de implementar; pero no son imposibles. Se puede recurrir a voluntarios externos y dar tarea en forma alternada a un número importante de pobladores, para ocuparse del funcionamiento de los comedores, las guarderías y el cuidado de las instalaciones sanitarias. Para abastecer a los comedores, se puede pedir a los proveedores que vendan los suministros necesarios al costo o con márgenes reducidos. También se debería canalizar en un sólo centro todas las donaciones de alimentos, ropas y enseres, haciéndolo simple para el donante y eficaz en la distribuición. En un ambiente tan inhumano como el de las villas, seguramente se presentarán obstáculos de mayor o menor gravedad, pero con persistencia y buena gestión, es decir, el Estado auditando de manera eficiente que no se produzca ningún tipo de desvío de la asistencia (y actuando vigorosamente contra los traficantes) se mejorarían las condiciones.

Con respecto a la construcción de viviendas, sirve de poco edificar algunas pocas de manera discontinua, sobre todo si terminan costando mucho más de lo que debieran y sin un plan bien estructurado. Vale la pena leer los argumentos del arquitecto J.Grinberg en la carta que publicó el diario La Nación el 19.12.10 (ver "Cartas"). Lo aconsejable sería convocar a un equipo de arquitectos e ingenieros para que elaboren un diseño tipo  que reúna la funcionalidad mínima imprescindible, buenas condiciones de perdurabilidad y una estética adecuada; con el empleo de todas las innovaciones de elementos y materiales que permitan reducir costos y tiempo de construcción.

La adjudicación de viviendas se haría en forma de comodatos renovables y debería ceñirse a estrictos requisitos, implementando pautas para priorizar a las familias que mejor calificasen, en base a la participación de los adultos en la propia construcción, en las labores comunitarias efectuadas en la villa o fuera de ellas, etc. También tendrían que asistir a charlas previas sobre los cuidados y mantenimiento de las viviendas y espacios comunes, y de normas atenientes a la correcta convivencia vecinal. La falta de cumplimiento de estos cuidados, que se controlarían por medio de visitas periódicas, los haría pasibles de la pérdida del comodato.

Sería falto de rigor, soslayar la cuestión primordial de como poder dar trabajo a los desocupados, que seguramente constituyen un porcentaje alto de la población de las villas, considerando que frente a  un panorama, en términos reales, de oferta  decreciente de empleo, obtenerlo es aún más difícil para ellos. Ante ese punto, que quizás sea el componente principal de la matriz generadora de las villas, sería ilusorio tratar de proponer soluciones fáciles; pero esta realidad no debe constituirse en una razón para frenar  proyectos de erradicación.




DUDAS
 
Las dudas sobre el valor de nuestras propuestas son permanentes, por lo necio que significa creer que nuestra manera de pensar es la mas atinada y que debería ser mayoritariamente compartida, cuando la realidad es que cada ser humano es único y distinto en su forma de pensar. No obstante, sentimos como verdad absoluta, que cualquier acción premeditada que perjudique a otras personas en nuestro beneficio, por ajenas o desconocidas que nos sean, es una vileza, y a su vez contraria a la propia conservación pues corroe el cuerpo de la sociedad. En función de ello, sostenemos que todo acto de corrupción, aún el que luzca más insignificante, es nocivo, pues indefectiblemente implica un perjuicio para terceros; siendo además, que por su propia naturaleza, la corrupción no es un fenómeno acotado, sino que tiende a la expansión.

Seguro es que la mayoría de las personas posee sentimientos solidarios y desea vivir en una sociedad sin injusticias; pero desgraciada e indiscutiblemente destruir es mucho más facil que construir, y ello permite que la malevolencia de pocos pueda generar enormes daños, lo que obliga a que la sociedad y el Estado deban estar permanentemente alertas y extremar los recaudos para impedir sin dilaciones que prosperen aquellos planes que atenten contra el bien común.

Nuestro anhelo es que las propuestas acá esbozadas tengan la entidad mínima para despertar el interés de quienes las lean, y los impulsen a participar con sus propios proyectos, ideas y críticas, constituyendo así un foro de debate, donde todos los que sientan la gran necesidad de producir cambios puedan manifestarse.


UN GOBIERNO MUNDIAL -  julio 2018


Parece cercano el momento en que el mundo compartía el fin de siglo e ingresaba a una fecha cargada de simbolismo y expectación: el año 2000. Había cierta inquietud por la amenaza de que fallos en las computadoras podrían provocar un colapso global; pero probablemente en el ánimo de la mayoría de las personas primaban sentimientos esperanzadores. Los increíbles y continuos desarrollos tecnológicos, en los más diversos campos, auguraban que las condiciones de vida habrían de ser cada vez mejores. Han transcurrido casi dos décadas desde aquel momento y esas esperanzas no se han materializado: la desigualdad, la violencia y el desahucio de gran parte de la población mundial no cesan de aumentar; y es muy difícil creer en un acontecimiento, en algún mágico disparador que pueda modificar esta inercia malhadada.

Tras el desarrollo de la bomba atómica, se le atribuye a Albert Einstein haber afirmado que era necesario crear un gobierno mundial para evitar el riesgo de aniquilación planetaria; una posibilidad que sigue estando presente, con artefactos muchísimo más destructivos y el conocimiento al alcance de todos, incluido de organizaciones terroristas; y creo que esa propuesta, que parece utópica, tendrá finalmente que ser considerada como única alternativa para asegurar el futuro. Sólo la participación global mancomunada puede realmente asistir a las necesidades más acuciantes de aquellos países sumidos en la pobreza; afrontar mejor las catástrofes ambientales y tomar decisiones para administrar la sustentabilidad de los recursos naturales del planeta, explotados cada vez de forma más salvaje en aras de la acumulación de ganancias. La concreción de un gobierno mundial parece una posibilidad exageradamente ilusoria, pero no es imposible, y ya fue creado un organismo como Naciones Unidas, integrado por gran parte de los Estados, que procura ejercer ese rol. Debería lograrse su desarrollo ideal, con representación de todos los países, y con la potestad ejecutiva y los medios para llevar a cabo las medidas y acciones que se decidieran en esa asamblea mundial; que por su propia naturaleza no favorecerían a algunos en desmedro de otros, sino que harían al beneficio general y a una utilización racional de los recursos. Haría que terminaran los enormes gastos en armamento y se eliminaran las siniestras armas nucleares, químicas y bacteriológicas; que eliminando las barreras comerciales la producción de alimentos creciera y se optimizara; que se asegurara la educación universal; que ante la probable disminución del empleo por el desarrollo tecnológico, se lo distribuyera entre más personas en jornadas más cortas; que se combatiera con mayor eficacia al delito, que a su vez disminuiría al mejorar las condiciones de vida.

Sin duda, sugerir la posibilidad de un gobierno mundial parece una propuesta casi imposible de llevar a cabo, un desmesurado deus ex machina, que en el mejor de los casos demandaría muchísimo tiempo para constituirse y lograr resultados; pero analizando lo acontecido hasta ahora, ¿es posible creer que persistiendo en la actual conformación política y económica del mundo mejorarán las condiciones de vida para las futuras generaciones?